Cuando el presupuesto se convierte en meta volante: lecciones del Tour Colombia

Cuando el presupuesto se convierte en meta volante: lecciones del Tour Colombia

La no realización del Tour Colombia 2026 no solo es una noticia deportiva: es una señal de alerta sobre la sostenibilidad del ciclismo nacional. Más allá de los recursos faltantes, esta situación invita a repensar cómo se gestiona, financia y proyecta el deporte en el país, y cómo la verdadera sostenibilidad debe construirse desde la base, no solo desde los grandes eventos.

En el ciclismo, no todas las etapas se ganan pedaleando: algunas se definen en los despachos, en los presupuestos y en las alianzas que hacen posible que una carrera exista. La reciente confirmación de que el Tour Colombia no se realizará en 2026 deja una sensación de vacío para los aficionados, pero también una reflexión profunda para quienes trabajamos en la administración y gestión deportiva. No se trata solo de una competencia que se detiene, sino de una estructura que necesita reenfocarse para garantizar que el deporte colombiano pueda sostenerse en el tiempo, con o sin reflectores internacionales.
 

El costo de la grandeza

 

El comunicado oficial de la Federación Colombiana de Ciclismo fue claro: a pesar de los esfuerzos del Comité Ejecutivo y del interés de varios patrocinadores, los recursos confirmados no alcanzaron para cubrir un evento que requiere más de 10.000 millones de pesos en inversión.
Los números hablan por sí solos: más de 2.500 millones destinados al alojamiento y alimentación de equipos internacionales, 1.300 millones en transporte aéreo y cerca de 4.000 millones en logística, seguridad vial y montaje técnico.
Estas cifras reflejan la magnitud de un evento que trasciende lo deportivo. En ediciones anteriores, el Tour Colombia generó una derrama económica de 40.000 millones de pesos en los departamentos sede y una audiencia de más de 20 millones de espectadores.
Sin embargo, mantener ese nivel exige un modelo financiero sólido y sostenible. Y ahí está la verdadera “meta volante” que no se logró alcanzar: la sostenibilidad organizativa de un evento que se convirtió en símbolo de país, pero que aún depende demasiado de la coyuntura y no de una estrategia estable.

El ciclismo necesita raíces, no solo vitrinas

 

Este no debería verse como un fracaso, sino como una oportunidad para repensar el modelo.
El Tour Colombia no puede ser solo una vitrina, sino el reflejo de un sistema donde los clubes, las ligas y los programas de base estén articulados con el alto rendimiento y con el sector empresarial.
Si el ciclismo colombiano quiere ser sostenible, debe construir una pirámide sólida desde la base, con inversión en formación, competencias regionales, infraestructura y apoyo técnico.
La gestión deportiva tiene un papel clave aquí: generar alianzas entre lo público y lo privado, diseñar esquemas de patrocinio más integrales y fortalecer la narrativa de que el deporte no es un gasto, sino una inversión con retorno social y económico.
En lugar de preguntarnos cuánto cuesta hacer el Tour, deberíamos preguntarnos cuánto cuesta no hacerlo: perder visibilidad, turismo, desarrollo territorial y motivación para nuevas generaciones.

Un modelo que puede mover más que bicicletas

 

Los beneficios de un deporte bien gestionado van mucho más allá del espectáculo. Cada peso invertido en el Tour Colombia se multiplica en hotelería, transporte, comercio, turismo y reputación país.
Pero cuando esos beneficios se distribuyen de manera más amplia (desde competencias locales hasta grandes eventos internacionales) el impacto se vuelve verdaderamente sostenible.
Imaginemos un ecosistema donde las empresas adopten equipos o regiones ciclistas, donde las ligas fortalezcan calendarios propios y donde la Federación pueda planificar con varios años de anticipación. Ese es el modelo de sostenibilidad que muchos países ya aplican, y que Colombia tiene todo el talento para construir.

El Tour Colombia se detiene, pero el ciclismo no puede hacerlo.
Esta pausa debe servir para reimaginar la forma en que gestionamos el deporte: con visión, articulación y sentido de propósito.
El verdadero legado no está en la carrera que no se corre, sino en las estructuras que fortalecemos para que las próximas generaciones puedan seguir pedaleando con esperanza.
Porque al final, el ciclismo colombiano no necesita solo héroes en la carretera: necesita sostenibilidad en la gestión.
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