Digitalizar o desaparecer: la economía real detrás de la gestión deportiva

Digitalizar o desaparecer: la economía real detrás de la gestión deportiva
El deporte en Colombia debe dejar de verse como un gasto social y asumirse como una industria estratégica capaz de generar empleo, cohesión y bienestar. Este artículo plantea que la digitalización no es un lujo, sino la estructura necesaria para medir la oferta, entender la demanda y convertir la pasión en productividad. Con datos de competitividad y ejemplos de encadenamiento productivo, se demuestra que el deporte puede ser un catalizador económico, educativo y cultural de alto impacto. El reto no es administrar la inercia, sino liderar con visión, estructura y coraje.
El deporte no es solo práctica física ni espectáculo de masas; es una herramienta transversal que conecta sectores, moviliza recursos y resuelve problemas que van mucho más allá de la cancha.

Si observamos detenidamente la dinamica de la economía del deporte, encontramos una correlación clara: mientras el dinero fluye de afuera hacia adentro —inversión, patrocinios, infraestructura—, los beneficios impactan de adentro hacia afuera —educación, salud, cohesión social, empleos, identidad cultural—. Esta doble corriente convierte al deporte en un conector estratégico, capaz de aportar a la consecución de objetivos comunes y de alto impacto.

Así lo señala también el informe de la SEGIB (Secretaría General Iberoamericana): el deporte debe ser entendido como un catalizador de valor compartido, capaz de incidir en áreas como la educación, la innovación, la inclusión social y el desarrollo económico sostenible. En otras palabras, cuando se gestiona con visión y datos, el deporte deja de ser un gasto o un lujo, y se convierte en una iNNversión inteligente con retornos tangibles para la sociedad.

La economía invisible del deporte:

Hablar de deporte en Colombia suele limitarse a medallas, torneos o infraestructura. Sin embargo, la verdadera conversación debería estar en su impacto competitivo como industria. Según Sport Business, el PIB mundial asociado al deporte ya supera los 800.000 millones de dólares, más del doble del PIB de Colombia. Esa cifra refleja que el deporte no solo entretiene, compite de tú a tú con sectores estratégicos como la educación, la cultura o el turismo.

En Bogotá, por ejemplo, la Cámara de Comercio registró 2.809 empresas vinculadas al sector deporte en 2019, pero más del 41% no renovó su matrícula en 2020. Esto revela una paradoja: “tenemos dinamismo en la creación de empresas deportivas, pero no sostenibilidad”. Y esa falta de competitividad estructural tiene una raíz clara, sin datos y sin gestión digital, los actores del sector operan a ciegas, sin conocer su demanda real ni aprovechar al máximo la oferta que ya existe.

El reto, entonces, es evidente si no aprendemos a medir, mapear y demostrar el valor económico y social del deporte, seguiremos atrapados en una lógica asistencialista. En un mundo donde la competitividad depende de la capacidad de generar valor sostenible, el deporte colombiano no puede quedarse en la periferia, es prioritario convertirlo en un jugador central de la economía.

Digitalización: de la intuición a la estructura:

En el deporte, como en cualquier emprendimiento, los momentos de tensión son inevitables, caídas en la demanda, retrasos en los pagos, cambios de política pública, o simples errores de gestión. La diferencia entre sobrevivir o desaparecer está en la estructura. Y en el siglo XXI, hablar de estructura es hablar de digitalización.

Un club que gestiona su operación en hojas sueltas o en la memoria de su presidente puede sostenerse un tiempo, pero difícilmente superará las crisis. En cambio, aquel que cuenta con plataformas digitales, registros de usuarios, indicadores de participación y datos de ingresos y egresos tiene un mapa que le permite reaccionar, ajustar y crecer. En palabras simples: digitalizar es convertir la pasión en un sistema sostenible.

Esto no es una moda. Según datos del BID, las empresas latinoamericanas que incorporan herramientas digitales tienen un 30% más de probabilidades de sobrevivir a sus primeros cinco años que aquellas que siguen operando de manera informal. En el deporte, esto se traduce en algo vital, la posibilidad de soportar los momentos de incertidumbre sin perder de vista el propósito.

Formación de talento desde bases locales:

Cuando el deporte se digitaliza y se entiende como industria, su impacto trasciende la cancha y se convierte en un encadenamiento productivo que beneficia a múltiples sectores. Cada peso que ingresa al sistema deportivo —sea por inscripciones, patrocinios o inversión pública— se multiplica en empleos, consumo, turismo, salud y educación.

Un torneo bien gestionado, por ejemplo, no solo activa a entrenadores y deportistas; también mueve hoteles, transporte, alimentación, comercio local y medios de comunicación. Una escuela deportiva formalizada no solo enseña técnica, también crea hábitos saludables, previene enfermedades y aporta a la cohesión social. Y un club que gestiona con datos puede demostrar su valor a empresas, gobiernos y familias, convirtiéndose en un socio confiable para generar impacto social y económico.

El informe de la SEGIB lo resume bien: “El deporte es un catalizador transversal para alcanzar objetivos de desarrollo económico y social en Iberoamérica”. Esto significa que, más allá del marcador, el verdadero valor del deporte está en cómo conecta oferta y demanda, integrando educación, formación y entretenimiento saludable en un mismo ecosistema de valor compartido.

El deporte colombiano no necesita más diagnósticos que describan lo obvio, necesita decisiones valientes que lo pongan en el mismo nivel de conversación que la educación, el turismo o la cultura. La digitalización no es el fin, es el medio para demostrar que el deporte genera empleo, cohesiona comunidades y aporta a la salud pública con cada peso invertido.

Lo que está en juego no es solo la sostenibilidad de clubes y ligas, sino la posibilidad de que el deporte se asuma como industria estratégica del país. Una industria que, bien gestionada, no pide subsidios: atrae inversión, multiplica beneficios y devuelve a la sociedad mucho más de lo que recibe.

El futuro del deporte no se juega en el marcador de un torneo, sino en la capacidad de construir sistemas que conviertan la pasión en productividad. Y ese es el verdadero desafío: dejar de administrar la inercia y empezar a liderar con visión, estructura y coraje.
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