El alto rendimiento deportivo y el emprendimiento comparten una verdad incómoda: los logros visibles son solo la punta del iceberg. En Colombia, apenas 184 atletas son reconocidos como de alto rendimiento y más del 70% de las empresas no superan los cinco años de vida. Lo que queda oculto —la disciplina diaria, las estrategias que se ajustan y las acciones que se repiten en silencio— es lo que realmente sostiene cada victoria. Este artículo propone mirar más allá de las medallas y los casos de éxito, para reconocer que tanto en el deporte como en los negocios, la fórmula del progreso está en la combinación de disciplina, estrategia y acción.
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El iceberg del alto rendimientoEl deporte de alto rendimiento es un iceberg: lo que el público ve son las medallas, los récords y las celebraciones; lo que no se ve son los años de esfuerzo invisible que las sostienen. Detrás de cada atleta que llega al podio hay miles que quedaron en el camino, no porque les faltara talento, sino porque el sistema no les dio continuidad, o porque la disciplina diaria terminó siendo más dura que la gloria prometida. En Colombia, apenas 184 deportistas están reconocidos oficialmente como de alto rendimiento, una cifra que contrasta con los miles que entrenan en clubes y ligas con el mismo sueño. La diferencia no está solo en el talento, sino en la capacidad de sostener rutinas que parecen invisibles: madrugar a entrenar cuando nadie mira, renunciar a momentos sociales, cuidar la alimentación como si fuera un contrato, aprender a perder cien veces para intentar ganar una. Como lo señala el Comité Olímpico Internacional: “El alto rendimiento es más una gestión del detalle cotidiano que un acto de genialidad en la competencia”. Y es en esa gestión invisible, hecha de disciplina y repetición, donde realmente se construyen las victorias. El iceberg del emprendimientoEl emprendimiento también tiene su propia cara invisible. Según la Cámara de Comercio de Bogotá, más del 70% de las empresas en Colombia no superan los cinco años de vida. Esta cifra, dura pero real, muestra que la mayoría de los proyectos mueren antes de alcanzar su madurez, no por falta de ideas, sino porque sostener una empresa joven exige navegar un océano de incertidumbre. Si miramos el sector deportivo, el panorama es aún más complejo. En Bogotá, de las 2.809 empresas registradas en 2019, más de 1.100 (41%) no renovaron su matrícula en 2020. Es decir, casi la mitad no logró superar las primeras curvas del camino. Lo que desde afuera puede parecer una quiebra repentina, en realidad es el resultado de una acumulación de retos silenciosos: la dificultad de acceder a financiamiento, la falta de planeación estratégica, la informalidad en la gestión o la incapacidad de generar ingresos constantes. Y aquí se repite la metáfora del deporte de alto rendimiento: lo que vemos son las empresas que logran consolidarse, pero lo que no vemos son las miles que se quedaron en el camino. Pagar nómina a tiempo, ajustar un modelo de negocio, pivotar una estrategia o incluso resistir meses sin ingresos es tan exigente como las madrugadas de entrenamiento de un atleta. Lo visible —el éxito— siempre es la consecuencia de lo invisible. Una misma mentalidad estratégicaTanto el deporte de alto rendimiento como el emprendimiento comparten un principio irrenunciable: la mentalidad lo es todo. No basta con el talento ni con la idea inicial; lo que marca la diferencia es la capacidad de sostener disciplina, diseñar estrategia y ejecutar acción constante incluso en medio de la adversidad. Un atleta sabe que la victoria no depende solo de la competencia, sino de cómo entrena cuando nadie lo mira. Un emprendedor entiende que el éxito no llega con una gran presentación, sino con la perseverancia de pagar nóminas, ajustar procesos y mantener a flote la empresa día tras día. En ambos casos, la resiliencia y la capacidad de aprender del fracaso son más valiosas que cualquier triunfo ocasional. Como afirma el exfutbolista brasileño Cafú: “La disciplina vence al talento, cuando el talento no se disciplina”. Esa misma lógica se aplica al ecosistema emprendedor: las empresas que sobreviven y crecen no son siempre las más brillantes al inicio, sino las que logran combinar visión de futuro con acciones simples y bien ejecutadas en el presente.
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