Que la sostenibilidad en el deporte deje de ser una promesa retórica: el deporte ya demostró que habla un idioma que tod@s entendemos

Que la sostenibilidad en el deporte deje de ser una promesa retórica:  el deporte ya demostró que habla un idioma que tod@s entendemos

Este articulo propone una lectura práctica de la sostenibilidad en el deporte —económica, social y ambiental— y su alineación con la Agenda 2030. Reconoce avances (marcos globales como UNESCO, MINEPS y el Plan de Acción de Kazán; correlaciones SEGIB con 8 ODS) pero subraya una brecha: falta evidencia cuantitativa y producción académica robusta, especialmente en Colombia. La tesis es simple: el deporte es un lenguaje universal con enorme poder de articulación, pero su impacto sostenible exige gestión, medición y colaboración multisectorial.

Es relativamente reciente el vínculo que se ha venido asociando entre sostenibilidad y deporte. Hablamos de sostenibilidad en su triple dimensión —económica, social y ambiental— y del deporte entendido en toda su amplitud: actividad física, educación física, recreación y deporte competitivo. En el plano internacional, el deporte empezó a reconocerse en los años 90 como herramienta válida para impulsar paz y desarrollo. Su aporte a la Agenda 2030 es hoy innegable, y ya cuenta con correlaciones explícitas —como las identificadas por la SEGIB (2019) para ocho ODS—. Aun así, persiste una carencia de fundamentos cuantitativos que limite la dispersión, fortalezca su implementación práctica y, sobre todo, demuestre con evidencia su potencial para contribuir al logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

La conversación no es neutra. Hay múltiples miradas sobre el impacto del deporte en la sociedad. Sin embargo, como recuerda la publicación de la SEGIB El deporte como herramienta para el desarrollo sostenible, el lenguaje del deporte —emoción, inclusión, cooperación, motivación— es universal, tal como es universal la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible. Ese “idioma común” abre puertas, pero no reemplaza el método.

En el campo académico, David Leonardo Quitián Roldán ha señalado que asuntos como la guerra, la raza (Elias, 1992), la religión, la gastronomía, los estudios de género, el cuerpo y, por supuesto, el deporte, entraron tarde al “selecto” mundo de la investigación. Umberto Eco los llamó “géneros menores” por su escasa tradición en la ortodoxia universitaria. Esa etiqueta trajo tropiezos: poco reconocimiento, presupuestos limitados y escasez de pares (Alabarces, 2010) para evaluar procesos. Aun así, ese es el camino que han recorrido otros temas hasta consolidarse.

En Colombia, como advierte el Dr. León Urrego, los problemas de edición, difusión y divulgación de conocimiento en educación física, deporte y recreación son crónicos. La tradición de desempeño práctico restó tracción a la escritura académica. Aunque hay productos y medios, todavía falta evolución en cantidad, calidad y visibilidad. Estudios entre 2006 y 2011 rastrearon el estado de las revistas del sector: se identificaron 16 publicaciones especializadas entre 1990 y 2006, en un país con más de 30 instituciones de educación superior con programas en estas áreas. La conclusión es clara: producimos, pero publicamos poco y con baja apropiación social del conocimiento.

En el frente de política y marcos globales, la Carta Internacional de la Educación Física, la Actividad Física y el Deporte (UNESCO, 1978; actualizada en 2015) ratifica el servicio del deporte al desarrollo humano y convoca a gobiernos, organizaciones deportivas, sector privado, academia y ciudadanía a adherir y difundir sus principios. Se suman declaraciones como la del Milenio (2000), la resolución de la ONU sobre deporte para educación, salud, desarrollo y paz (2010), la Declaración Universal de Derechos Humanos mediante el deporte y el ideal olímpico (2011), la Declaración de Berlín (MINEPS V, 2013) y la Carta Olímpica. En este ecosistema, el Plan de Acción de Kazán (PAK) se ha convertido en referencia para alinear políticas de educación física, actividad física y deporte con la Agenda 2030, proponiendo desarrollar indicadores, herramientas basadas en evidencia y un centro de intercambio de información. Es decir, pasar del discurso a la métrica.

Cuando hablamos de Deporte para el Desarrollo y la Paz (DPD), lo entendemos como una estrategia de intervención social que usa el deporte y la actividad física para alcanzar metas explícitas —en particular, ODS—. Pero sin soporte académico riguroso, muchos proyectos quedan huérfanos: bien intencionados, sí, pero con orientación difusa y resultados limitados. El deporte es poderoso por sí mismo, pero la paz es un asunto-país que requiere múltiples actores y gobernanza compartida.

En Iberoamérica, la SEGIB ha identificado una muestra de al menos 30 iniciativas con potencial impacto y participación de varios actores. El BID agrega un dato elocuente: casi 6 de cada 10 latinoamericanos consideran que el deporte nacional es lo que más caracteriza a su país y lo que más orgullo les produce. Ese valor sociocultural —si se gestiona con datos— es una palanca de sostenibilidad.

A nivel nacional, la Política Pública 2018–2028 para el desarrollo del deporte, la recreación, la actividad física y el aprovechamiento del tiempo libre (línea estratégica 5) impulsa la investigación cualitativa y cuantitativa para generar conocimiento y tomar decisiones basadas en información veraz y oportuna. Apunta a fortalecer la I+D+i del sector para modernizar técnicas, optimizar inversión pública y privada, potenciar altas capacidades y reservas deportivas y mejorar el Sistema Nacional del Deporte. Es, en esencia, un mandato para medir, aprender y mejorar.

Parafraseando a la SEGIB (2019): analicemos metódicamente la participación pasiva y activa en el deporte y pongámosla a favor del bien común. Existen proyectos listos para escalar mediante colaboraciones multisectoriales; el reto es priorizar metas ODS, robustecer evidencia y marcos teóricos, y decidir dónde, por qué y cómo el deporte puede aportar de manera más efectiva y eficiente.

El deporte ya demostró que habla un idioma que tod@s entendemos; lo que falta es traducir ese idioma a gestión: métricas, líneas base, indicadores ODS priorizados, hipótesis y evaluación de impacto. Para Colombia y la región, el camino es doble: (1) fortalecer la producción y circulación de conocimiento —publicar más y mejor— y (2) articular actores públicos, privados, académicos y comunitarios bajo marcos como UNESCO/MINEPS/PAK. Solo así la sostenibilidad dejará de ser una promesa retórica y se convertirá en resultados verificables: economías deportivas más sanas, comunidades más cohesionadas y una contribución ambiental que podamos medir y mejorar con el tiempo.
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