La impopularidad de ser hincha clasiquero

La impopularidad de ser hincha clasiquero
Esta columna propone reconciliarnos con la figura del “hincha clasiquero”, esas personas que se conectan con el club principalmente en finales, clásicos o partidos decisivos. Lejos de ser un problema, se plantea que también aportan valor emocional y económico al ecosistema deportivo. La columna invita a entender que hay muchas maneras válidas de vivir el amor por un club y que, si los clubes aprendieran a leer esa diversidad de hinchas, podrían diseñar estrategias de marketing más inteligentes, inclusivas y sostenibles.

Me resisto a creer que solo haya una manera de amar, y menos una sola forma de amar a un club. La fidelidad no se mide por la cantidad de partidos vistos, sino por la intensidad del vínculo emocional. Sigan leyendo para que desarrollemos mejor esta idea.

La cultura deportiva necesita pluralidad. Tenemos hinchas abonados, barristas, familiares, turistas, y nuestro tema de hoy: las y los tan criticados hinchas clasiqueros. ¿Que por qué? Ya les explico, pero antes les invito a pensar en esto:

“Ser hincha no es una membresía, es una emoción que cada quien vive a su ritmo”.

Ahora sí les explico por qué la cultura deportiva necesita pluralidad. Y es que sí, queridas y queridos lectores: el hincha clasiquero aporta valor, aunque sea impopular.
 
Las y los hinchas clasiqueros generan ingresos en momentos clave: cuadrangulares, finales, partidos de alto flujo; para ser más precisa, justo en el momento en que el club necesita más recaudo. Las finales no se llenan solo por los abonados; se llenan porque hay hinchas que se activan cuando tienen que activarse. Recordemos que el aumento de hinchas crea atmósferas inolvidables, historias colectivas y momentos icónicos. Eso que llamamos “la magia de las finales”.

Las y los hinchas clasiqueros activan los picos de audiencia, de conversación y de exposición mediática. Aumentan el impacto emocional en los momentos decisivos, ese impacto que llena de fuerza a las y los deportistas justo cuando más lo necesitan, en esos instantes que construyen la memoria histórica. La y el clasiquero llegan cuando el club necesita más ruido, más fuerza, más hinchas, más emoción y más visibilidad.

Por eso propongo que nos reconciliemos con las personas que viven el deporte desde la intensidad y no desde la rutina. Pensemos en esto: la emoción de los momentos grandes multiplica la conexión. La y el clasiquero viven el club como quien celebra la cosecha, como quien celebra el cumpleaños al que lo invitaron, como quien celebra a un hijo o una hija ajena, como quien se alegra por el éxito de los demás. Todas estas son emociones válidas y humanas. La pasión selectiva también es pasión.

Lo que a mí me hace ruido es: ¿por qué nadie critica a quien solo ve la final de Wimbledon, el Super Bowl, la final de la NBA o la final del Mundial? Ah, pero eso sí, en el fútbol local se critica durísimo, aunque, emocionalmente, el mecanismo es el mismo.

Y esto va a sonar aún más impopular: no todas las personas quieren invertir tiempo, dinero y energía en un solo club todo el año. Muchas personas distribuyen su amor por el deporte entre pádel, crossFit, running, boxeo, ligas diversas, experiencias culturales, conciertos, teatro y todo lo que se puedan imaginar. Esa diversidad también alimenta el ecosistema deportivo y cultural del país. No se es menos hincha por no abonarse; son hinchas que invierten en muchas formas de deporte y eso también fortalece la economía del deporte.

Les invito a repensar la idea de que la y el clasiquero son “infieles”. Simplemente es un tipo de hincha con otros patrones de consumo. El deporte moderno funciona también con picos de consumo, no solo con consumos constantes. Como la Navidad, por ejemplo. No se puede romantizar que todos se abonen o vayan siempre: no es ni realista, ni inclusivo.

Y ahora mi punto clave: ¿y si más bien aprendemos a aceptar la diversidad de hinchas? La integramos para que los clubes entiendan los distintos segmentos de hinchas y así diseñen estrategias de marketing más inteligentes. La y el hincha clasiquero no reemplazan al hincha de siempre, lo complementan. Porque, recordemos, la economía del deporte vive tanto de la constancia como del estallido.
 
Así que mi invitación es a reivindicar lo impopular: llegar cuando el corazón llama, no cuando la presión social lo dicta. Esta también es una postura honesta, coherente y contemporánea.

Lo impopular también construye club, porque la y el hincha clasiquero no son un problema; son un síntoma de que el deporte es tan grande que alcanza para todes. El deporte no es de romanticismos excluyentes ni de exámenes de fidelidad, es de comunidades que se amplían, de emociones que se suman y de clubes que se atreven a entender esa diversidad para crecer con ella y no en contra de ella.
 
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